domingo, 30 de agosto de 2009

Teilhard vs. Monod

La tendencia hacia el logro de mayores niveles de adaptación también puede contemplarse como una tendencia hacia el logro de mayores niveles de complejidad. Lo interesante, en este caso, es que en esta tendencia aparece la materia inorgánica como el primer eslabón de una secuencia que termina con la aparición de la vida inteligente. Joel de Rosnay escribió:

“Teilhard de Chardin sostiene que la materia del Universo está organizada en una larga cadena de complejidad creciente. La cadena comienza con las partículas elementales, sigue con los átomos, las moléculas, las células y los organismos individuales; se extiende finalmente a los agrupamientos complejos constituidos por las sociedades humanas. En cada nivel de complejidad se encuentran los elementos constructivos a partir de los cuales se forma el siguiente, más complejo. Aparentemente Teilhard de Chardin fue uno de los primeros en subrayar que esta clasificación por orden de complejidad creciente corresponde también a una clasificación cronológica”

(De “Qué es la vida” – Biblioteca Científica Salvat).

Respecto de la asignación, o no, de un sentido, o de una finalidad, del universo, aparecen dos libros influyentes que representan ambas posturas, tales los casos de “El fenómeno humano” de Pierre Teilhard de Chardin y “El azar y la necesidad” de Jacques Monod. Acerca de ellos, Christian de Duve, Premio Nobel de Medicina, escribió:

“Podría parecer que he optado por Teilhard en contra de Monod, pero no es así; científicamente me siento mucho más cerca de Monod que de Teilhard. Sin embargo, he optado a favor de un universo con sentido en oposición a uno que no lo tenga. No porque quiero que así sea, sino porque así interpreto la evidencia científica disponible, que incluye mucho de lo que fue conocido por Monod, quien sabía mucho más que Teilhard”.

“Monod subrayó la improbabilidad de la vida y la mente y el papel preponderante del azar en su surgimiento, y por ende la falta de designio en el universo, su absurdo y su carencia de sentido. La manera en que interpreto los mismos hechos es diferente. Le doy el mismo papel al azar, pero actuando dentro de un conjunto tan estricto de restricciones que obligatoriamente debe producir la vida y la mente, no una sino muchas veces. A la famosa frase de Monod «El universo no estaba preñado con la vida, ni la biosfera con el hombre», yo respondo: «Falso. Sí lo estaba»”.

“He enfrentado dos personalidades paradigmáticas. Monod y Teilhard; dos filosofías, una representativa del absurdo y la otra del sentido. Cada uno de nosotros debe escoger por su cuenta”. “Teilhard, el jesuita devoto, quien deseaba con todas sus fuerzas descubrir una evidencia objetiva que sustentara su fe. Monod, el existencialista orgullosamente desesperado, deseaba con igual pasión que el mundo viviente apoyara su sentimiento de aislamiento y absurdo”

(De “Polvo vital” – Grupo Editorial Norma – Bogotá 1999).

En cuanto al azar en biología, el astrofísico Hubert Reeves escribió:

“El lector de Monod habrá notado hasta qué punto mi visión de los acontecimientos difiere de la suya. Es una cuestión de interpretación. Los hechos los aprendo de los biólogos. Han sido adquiridos por medio de una tecnología científica que presenta todos los caracteres de la objetividad. Pero la interpretación de los hechos procede de la persona entera, comprendida su lógica, sus emociones, sus pulsiones, sus vivencias anteriores. Implica a la vez a la observación y al observador. A ese nivel, no es «objetiva». Cada persona tiene la suya, que conviene respetar, pero no forzosamente adoptar. Para Monod, el papel esencial del azar en la evolución biológica prueba la ausencia de una «intención» en la naturaleza. En ese sentido, denuncia como ilusoria la antigua alianza del hombre con el universo. El hombre es un accidente del trayecto, en un cosmos vacío y frío. Es un hijo del azar. Cierto. Pero del «azar controlado». Quitémonos el sombrero ante la naturaleza que ha dominado al «azar» para hacer de él un admirable aliado.”

(De “Paciencia en el azul del cielo” – Ediciones Juan Granica SA – Barcelona 1982).

El pensamiento de Teilhard de Chardin

El punto de vista y el método:

Mientras que Santo Tomás de Aquino vivió en una época en que coexistían, cada una con “su verdad”, la religión y la filosofía, Pierre Teilhard de Chardin vive en una época en que coexisten y compiten ciencia y religión. Así como Santo Tomás pertenece tanto a la filosofía como a la religión, y las compatibiliza en una verdad única, Teilhard de Chardin pertenece tanto a la religión como a la ciencia, y trata de compatibilizarlas en una única verdad.

T. de Ch: “La originalidad de mi creencia consiste en que tiene sus raíces en dos campos de la vida habitualmente considerados como antagonistas. Por educación y formación intelectual, yo pertenezco a los «hijos del Cielo». Pero por temperamento y por estudios profesionales, yo soy un «hijo de la Tierra». Situado así por la vida en el corazón de dos mundos de los que conozco, por una experiencia familiar, la teoría, la lengua y los sentimientos, no he erigido ningún tabique interior, sino que he dejado que actúen en plena libertad una sobre otra, en el fondo de mí mismo, dos influencias aparentemente contrarias. Pues bien; al término de esta operación, después de treinta años consagrados a perseguir la unidad interior, tengo la impresión de que se ha operado, naturalmente, una síntesis entre las dos corrientes que me solicitan. Una no ha matado a la otra. Hoy creo, probablemente, más que nunca en Dios y, desde luego, más que nunca en el mundo. ¿No está aquí, a una escala individual, la solución particular, esbozada al menos, del gran problema espiritual con el que choca, en la hora presente, el frente de avance de la humanidad?”

(Citado en “Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin” de Claude Tresmontant – Taurus Ediciones SA)

Los escritos de Teilhard de Chardin tratan de ser estrictamente científicos, si bien luego podrán ser interpretados desde una visión cristiana. Al respecto se citan algunas aclaraciones que aparecen en distintos escritos de Teilhard de Chardin.

T. de Ch: “Las páginas que siguen no tratan de presentar directamente ninguna filosofía; pretenden, por el contrario, extraer su fuerza del cuidado que se ha tenido en evitar todo recurso a la metafísica. Lo que se proponen es expresar una visión tan objetiva e ingenua como sea posible de la Humanidad considerada (en su conjunto y en sus conexiones con el universo) como un fenómeno”. “Ni explícitamente, ni implícitamente, se ha introducido en nuestros desarrollos la noción de lo mejor absoluto, o la de causalidad, o la de finalidad. Una ley experimental, una norma de sucesión en la duración, esto es lo que presentamos a la sabiduría positiva de nuestro siglo”.

“Quede bien entendido, en primer lugar, que, en lo que sigue, me limito expresamente, como es conveniente, al terreno de los hechos, es decir, al dominio de lo tangible y de lo fotografiable. Al discutir, como sabio, perspectivas científicas, debo atenerme, y me atendré estrictamente, al examen del orden de las apariencias, es decir, de los fenómenos”.

El sentido de la evolución:

Desde la religión o desde la filosofía se habla de la “finalidad del universo”, o de la “finalidad del hombre”, como si mediante la revelación o mediante la razón pudiéramos descubrir la voluntad explícita del Creador. En cambio, desde la ciencia sólo podemos hablar de un “sentido”, como una tendencia observable de la evolución del universo, o de la humanidad. Luego, a partir de este sentido, es posible hablar de una finalidad implícita, o finalidad aparente.

T. de Ch: “La evolución es la expresión de la ley estructural (a la vez, de «ser» y de conocimiento) en virtud de la cual nada, absolutamente nada, podría entrar en nuestra vida y visión más que por vía del nacimiento, sinónimo, en otros términos, de la «pan-interligazón» temporal-espacial del Fenómeno”. “No fue hasta el siglo XIX, bajo la influencia de la Biología, cuando fue descubierta la «coherencia irreversible» de todo lo que existe. La menor molécula de carbono está en función, por naturaleza y por posición, del proceso sideral total; y el menor protozoario está tan estructuralmente mezclado con la trama de la Vida, que su existencia no podría ser anulada, por hipótesis, sin que se deshiciese ipso facto la red entera de la Biosfera. La distribución, la sucesión y la solidaridad de los seres, nacen de su concrescencia en una génesis común. El tiempo y el espacio se unen orgánicamente para tejer, los dos juntos, la Tela del Universo…”.

Claude Tresmontant escribe: “Toda la obra científica de Teilhard puede caracterizarse como un esfuerzo para leer, en la misma realidad, y sin acudir a ningún supuesto metafísico, el sentido de la Evolución, para elucidar su intencionalidad inmanente, en el orden mismo del fenómeno, por el método científico solamente, generalizando así, en el dominio del Fenómeno espacio-temporal total, una diligencia reconocida como legítima en otras regiones del saber, en psicología, por ejemplo, como ya hemos dicho”.

T. de Ch: “Nos encontramos frente a un problema de la Naturaleza: descubrir, si existe, el sentido de la Evolución. Se trata de resolverlo sin abandonar el dominio de los hechos científicos. Esto es lo que voy a tratar de hacer aquí”

(De “El fenómeno Humano” – Taurus Ediciones SA – Madrid 1967)

El parámetro de complejidad creciente:

Posiblemente, el principio de complejidad-conciencia sea el concepto más importante aportado por Teilhard de Chardin. De verificarse su existencia, abre una gran posibilidad para la tan ansiada unidad de ciencia y religión. Este principio describe la sucesión que va desde las partículas, átomos, moléculas, células, etc., hasta llegar a la vida inteligente, lo que implica un doble ascenso desde lo simple a lo complejo y desde la materia inerte hasta la vida consciente de sí misma.

T. de Ch: “Existe, propagándose a extracorriente a través de la entropía, una deriva cósmica de la Materia hacia estados de orden cada vez más centro-complicados (y esto, en dirección a un tercer infinito –Infinito de complejidad- tan real como lo Ínfimo y lo Inmenso. Y la conciencia se presenta experimentalmente como el efecto específico de esta complejidad llevada a valores extremos”.

“En la tabla así construida por orden de complejidad, los elementos se suceden por orden histórico de nacimiento. En nuestra tabla de complejidades, el puesto ocupado por cada corpúsculo sitúa cronológicamente a ese elemento en la génesis del universo; es decir, en el tiempo. Le pone una fecha”. “…la biología no será otra cosa que la Física de lo complejo muy grande”.

“Lo viviente ha sido considerado desde hace mucho tiempo como una singularidad accidental de la materia terrestre, con lo que resulta que la biología entera queda sin comprobación en sí, sin lazo inteligible con el resto de la física. Todo cambia si (como lo sugiere la curva de corpusculización) la vida no es otra cosa, para la experiencia científica, que un efecto específico de la materia complejificada; propiedad co-extensiva en sí a la Tela cósmica entera, pero captable solamente por nuestra mirada allí donde la complejidad sobrepasa cierto valor crítico, por debajo del cual no vemos nada”

El parámetro de cefalización:

Claude Tresmontant escribe: “Lo que mide el grado de vitalización alcanzado por la materia en un momento dado, es –responde Teilhard- su grado de «interiorización», su «temperatura psíquica», su nivel de conciencia. ¿Cuál es el órgano especialmente conectado con el desarrollo psíquico del ser? Es, sin duda, el sistema nervioso. Este es el parámetro del que teníamos necesidad para elucidar, en la diversidad inextricable de las variaciones secundarias, el sentido de la evolución biológica; podemos enunciar la ley de cefalización:

T. de Ch: “Cualquiera que sea el grupo animal (vertebrado o artrópodo) del que se estudie la evolución, es de destacar que, en todos los casos, el sistema nervioso crece con el tiempo en volumen y en orden, y, simultáneamente, se concentra en la región anterior, cefálica, del cuerpo. Tomados en el detalle de los miembros y del esqueleto, los diversos tipos organizados pueden diferenciarse perfectamente, cada uno según su línea propia, en las direcciones más diversas o más opuestas. Considerada en el desarrollo de los ganglios cerebrales, toda vida, toda la vida, deriva (más o menos rápidamente, pero esencialmente), como una sola ola ascendente, en la dirección de los cerebros más grandes”.

“Entre las infinitas modalidades en que se dispersa la complicación vital, la diferenciación de la substancia nerviosa se destaca, tal como lo hacía prever la teoría, como una transformación significativa. Da un sentido, y por consiguiente demuestra que hay un sentido en la evolución”.

“Abandonada a sí misma largo tiempo, bajo el juego prolongado de las probabilidades, la materia manifiesta la propiedad de ordenarse en agrupamientos cada vez más complejos, y, al mismo tiempo, cada vez más impregnados de conciencia; este doble movimiento conjugado de enrollamiento cósmico y de interiorización (o centración) psíquica prosigue, acelerándose y avanzando todo lo lejos que es posible, una vez iniciado”.

“Esta deriva de complejidad-conciencia (que desemboca en la formación de corpúsculos cada vez más astronómicamente complicados) es fácilmente reconocible desde lo atómico, y se afirma en lo molecular. Pero es, evidentemente, en lo viviente donde se descubre con toda su claridad, y toda su aditividad; al mismo tiempo que se transpone en una forma cómoda y simplificada: la deriva de cerebración”.

La evolución continuada:

Además de la evolución biológica y la tendencia descripta antes, le sigue la evolución cultural del hombre, que ha de ser una continuación de aquélla.

T. de Ch: “Sin ninguna razón científica precisa, sino por simple efecto de impresión y rutina, hemos adquirido la costumbre de separar unos de otros, como si pertenecieran a dos mundos diferentes, los ordenamientos de individuos y los ordenamientos de células, siendo sólo los segundos mirados como orgánicos y naturales, por oposición a los primeros, relegados al dominio de lo moral y lo artificial. Lo social (lo social humano sobre todo), se considera asunto de historiadores y de juristas, más que de biólogos…”

“Superando y desdeñando esta ilusión vulgar, intentemos, más sencillamente, la vía contraria. Es decir, ampliemos, sin más complicaciones, la perspectiva reconocida más arriba como válida para todos los agrupamientos corpusculares conocidos, desde los átomos y las moléculas hasta los edificios celulares inclusive. Dicho de otra forma, decidamos que los múltiples factores (ecológicos, fisiológicos, psíquicos…) que actúan para aproximar y relacionar establemente entre sí a los seres vivientes en general (y más especialmente a los seres humanos), no son más que la prolongación y la expresión, a este nivel, de las fuerzas de complejidad-conciencia, que, como decíamos, siempre han sido actuantes, para construir (tan lejos como sea posible y en todos los lugares donde sea posible en el Universo), en dirección opuesta a la entropía, conjuntos corpusculares de orden cada vez más elevados”.

El paso de la reflexión:

Claude Tresmontant escribe: “Según la expresión de Julian Huxley, el hombre no es otra cosa que la evolución hecha consciente de sí misma. El hombre toma conciencia de la corriente ontológica que le arrastra y tiene en su mano ciertas palancas de mando”. “La condición primera para que el hombre acabe la obra cósmica emprendida, es que la evolución (o en términos metafísicos, la Creación) descubra que tiene un sentido”. “Si hay fracaso, la culpa no deberá ser imputada al Universo, ni a la Creación, sino al hombre. Y Teilhard veía en las filosofías del absurdo y en la derelicción los signos inquietantes de un «aburrimiento» que, para él, es el más grande, el único peligro que puede amenazar a la evolución”.

T. de Ch.: “El hombre no es solamente una nueva «especie» de animal, como todavía se repite con demasiada frecuencia. Representa, inicia una nueva especie de vida»”

“Después de la era de las evoluciones sufridas, la era de la auto-evolución”. “En él, la conciencia, por primera vez sobre la Tierra, se ha replegado sobre sí misma, hasta convertirse en pensamiento”.

“…para el mundo, estar construido de tal modo que el pensamiento que ha salido evolutivamente de él tenga derecho a considerarse irreversible, en lo esencial de sus conquistas y que la conciencia, florecida sobre la complejidad, escape, de una manera o de otra, a la descomposición de la que nada podrá preservar, a fin de cuentas, al tallo corporal y planetario que la soporta. A partir del momento en que ella se piensa, la evolución no podrá ya aceptarse, ni autoprolongarse, más que si se reconoce irreversible, es decir, inmortal”.

La convergencia de la evolución:

T. de Ch: “El hombre, al mismo tiempo que un individuo centrado en relación consigo mismo (es decir, una «persona»), ¿no representa un elemento, en relación con alguna nueva y más alta síntesis? Conocemos los átomos, sumas de núcleos y de electrones; las moléculas, sumas de átomos; las células, sumas de moléculas…¿No habrá, entre nosotros, una humanidad en formación, suma de personas organizadas? ¿Y no es ésta, por lo demás, la única manera lógica de prolongar, por recurrencia (en la dirección de mayor complejidad centrada y de mayor conciencia), el curso de la moleculización universal?”

El punto Omega:

Mientras que el sentido de la evolución nos lleva hacia una etapa de espiritualización humana, las propias profecías bíblicas predicen un acontecimiento similar, consistente en la Parousía, o Segunda Venida de Cristo, quien dijo: “Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último…”. De ahí, seguramente, la denominación de “punto Omega” para esta convergencia. La explicación más simple para esta aparente coincidencia, implica que el cristianismo es una religión natural, por lo que no resulta nada extraño de que ocurra la mencionada convergencia.

T. de Ch: “Se miren como se miren las cosas, el universo no puede tener dos cabezas, no puede ser «bicéfalo». Por sobrenatural que sea, por consiguiente, al final de la operación sintetizante reivindicada por el dogma para el Verbo encarnado, no podrá ejercerse en divergencia de la convergencia natural del mundo, tal como lo hemos definido más arriba. Centro universal «crístico» , fijado por la teología, y Centro universal cósmico, postulado por la antropogénesis: ambos focos, a fin de cuentas, coinciden (o, por lo menos, se superponen) necesariamente en el medio histórico en que nos encontramos situados. Cristo no sería el único motor, la única salida del universo, si el universo pudiera, de una forma cualquiera, agruparse, incluso en un grado inferior, fuera de él. Cristo, más aun, se encontraría aparentemente en la incapacidad física de centrar en sí mismo, sobrenaturalmente, al universo, si éste no hubiera ofrecido a la Encarnación un punto privilegiado donde todas las fibras cósmicas, por estructura natural, tienden a reunirse”.

(Textos extraídos de “Introducción al pensamiento de Teilhard de Chardin” de Claude Tresmontant – Ediciones Taurus SA – Madrid 1962)